Oveja Negra

LATINOAMERICA: AHORA O NUNCA


01 de agosto de 2020

Oveja Negra

Editorial de Marcelo Koenig

Por Marcelo Koenig 

¿Una América Latina gobernada por los Bolsonaro y los Piñera puede pensarse como una oportunidad? ¿Un subcontinente en que un traidor como Lenin Moreno cierra la sede de la Unasur puede pensarse con optimismo? ¿puede ser reconstruible la esperanza de unidad cuando la más abarcativa de las estrategias de integración la CELAC languidece? ¿no es un voluntarismo agitar el optimismo después de la vuelta de los golpes de estado clásicos como en Bolivia en 2019 derrocando al presidente constitucional Evo Morales?

Cuando nuestro General Perón tituló con esa consigna uno de sus libros, editado en 1967, las perspectivas no parecían mucho mejores. En nuestro país se imponía una dictadura manejada por Onganía que sostenía pomposamente que no tenía plazos sino objetivos. Proscripciones, cárceles, fusilamientos y torturas eran lo que venían recibiendo los que seguían enarbolando la bandera de la causa americana. Y apenas salido del horno, esos libros ya empezaron, las desapariciones de personas, que tuvieron como primer victima al trabajador metalúrgico y militante peronista Felipe Vallese (1968). Las Fuerzas Armadas de entonces, al servicio de los intereses imperiales en nuestro país y el continente, formados por la Escuela de las Américas o por los reaccionarios franceses (en Argentina desde los tiempos de Frondizi) ya empezaban a practicar la doctrina de la contrainsurgencia en concurrencia con la Doctrina de la Seguridad Nacional.

En Brasil, una dictadura también estaba instalada desde 1964 y hacia estragos. En Bolivia, en un golpe militar establecido en el mismo año de 1964, los dictadores se sucedían unos a otros. Y en sus selvas se reprimía asesorada por los Rangers yankees una formación guerrillera. Fue en ese 1967, en octubre, cuando en La Higuera, es asesinado el guerrillero heroico Ernesto Che Guevara y con él, su estrategia de hacer de la Cordillera de los Andes una gran Sierra Maestra.

Los sistemas de “diálogo” americano estaban restringidos a la OEA, que era una reunión de ovejas con el lobo adentro. Un mero instrumento del Imperio. Y se volvían a reunir los presidentes en Punta del Este para reafirmar la Alianza para el Progreso, una zanahoria desarrollista para la ampliación de lo que el imperio norteamericano consideraba su “patrio trasero”. Allí hablaban de la creación de un Mercado Común Latinoamericano y ponían en su declaración conjunta el siguiente y sugerente párrafo: “EL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA, por su parte, declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana”. Las estrategias panamericanistas de integración tutelada volvieron una y otra vez como oleadas hasta que en la ciudad de Mar del Plata en el año 2005 fue enterrada la iniciativa del ALCA (Alianza de Libre Comercio de las Américas).

Nadie podría decir que aun en la noche más profunda y oscura, Perón no era un optimista del amanecer. Pero no se trataba de voluntarismo. Sino precisamente de un conocimiento profundo del espíritu de nuestro pueblo latinoamericano.

Los procesos latinoamericanos son sincrónicos. Y esto es así porque somos un solo pueblo al que le han impuesto fronteras desde las concepciones de patria chica. Alguien podría decir que esto es así porque nos somete una misma bota imperial que condiciona nuestra autodeterminación. Si esto fuese así, explicaría explicar la sincronía de las dictaduras genocidas que, con emblema en Pinochet y Videla, asolaron nuestro continente, su operativo Cóndor de intercambio de prisiones e información para la represión, etc. Aunque lo que esto no explica es por qué la aparición de gobiernos populares en casi toda Sudamérica se hizo al mismo tiempo. Hugo Chávez, Lula, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales, Lugo, hasta incluso el Frente Amplio uruguayo y Bachelet en Chile fueron contemporáneos en el mandato de sus pueblos a principios del siglo XXI.

El buen entendimiento entre muchos de estos gobernantes generó importantes instrumentos de integración redefiniendo el Mercosur, conformando la Unasur, cuyo primer secretario general fue Néstor Kirchner. Todos recordamos el furcio de Evo cuando dijo el primer presidente sudamericano. También la Celac (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe) fundada en Caracas en diciembre del año 2011.

En el ciclo corto del intento de restauración neoliberal de nuestro país, del que se sale por la política, podemos encontrar una mosca blanca o el inicio de un proceso en el cual todas las fichas de dominó empiecen a caer para el otro lado.

La pandemia mundializada trajo un cisne negro que profundiza la crisis al mismo tiempo que abre oportunidades. A las recurrentes crisis de sobreproducción, y a partir de los noventa de financierización, el capitalismo suma ahora un nuevo tipo de crisis ajena a sus manejos. O bien no tanto, porque algunos la leen como parte de sus abusos en el cuidado de la “casa común” como el papa argentino llama al planea, o quizás sea como otros creen que no es más que una nueva reformulación del orden mundial bajo la hegemonía de las empresas transnacionales tecnológicas, que son las grandes ganadoras, incluso por sobre otros actores como el capital financiero o los grandes Estados imperialistas.

La incapacidad y la crueldad de las respuestas fundamentalistas del mercado para resolver la crisis mundial agregada desplegada por la pandemia, nos hace pensar que muchas de las experiencias reaccionarias van a seguir la misma suerte del macrismo. Esa experiencia de la derecha argentina, que no se fue derrotada absolutamente, pero que no pudo construir las mayorías necesarias para perpetuarse en el gobierno puede ser el espejo donde se miren algunos de sus colegas del grupo de Lima.

Si nuestro gobierno y la coalición de gobierna puede inclinar la cancha para que sea el Estado y no el Mercado quien dé respuestas a los desastres que nos deja la pandemia puede transformarse en un ejemplo peligroso para el resto de los países hermanos. Sobre todo, si el proceso de reconstrucción del aparato productivo argentino se hace con mayores niveles de justicia social.

El Grupo de Puebla, es a su vez un intento esperanzador de recomponer niveles de dialogo. Es cierto que dejan afuera a algunos de ese dialogo.

La reconstrucción de lazos de integración aparece difícil pero no imposible en el continente más desigual del planeta y en la desolación que nos va a dejar la pandemia cuyas implicancias muchos calculan por encima de la crisis del 29/30.

Se abre ante nosotros una nueva hora de los pueblos. Pero no advendrá por efecto de determinismo alguno, sino que será fruto de nuestra siembra, de nuestro compromiso militante, de nuestra formación para comprender la realidad, de nuestra acción política. Y sobre todo de que desde abajo vayamos construyendo lazos de pensamiento común latinoamericano, enraizados en nuestra historia común, y proyectados en el encuentro de intereses y sueños. La América hispánica alcanzó unida su primera independencia, una misma patria grande peleando por su libertad. Aunque esa no es la historia que nos cuentan. Nuestra América no tiene destino de liberación si no es a partir de la unidad, que conforme un bloque de las dimensiones que nos permita entrar el concierto de los poderes del mundo como un polo de la compleja multipolaridad que se viene. Un polo basado en la libre autodeterminación de los pueblos de esta parte del globo. Ese es nuestro gran desafío estratégico.

Compartir esta nota en