Oveja Negra

Una agenda concreta para frenar el saqueo e impulsar el desarrollo económico


26 de septiembre de 2022

Oveja Negra

Lejos de ser un tema antiguo o fuera de contexto, la administración nacional del sistema financiero es un pilar en la construcción de una agenda patriótica para salir de este laberinto neocolonial en el que se encuentra la Argentina.

Por Rodolfo Pablo Treber

“Dar vuelta la manguera para que eche el chorro para adentro” Juan Domingo Perón.

 Desde hace mucho tiempo, el debate político en la Argentina encuentra a los temas económicos, monetarios y financieros, como los principales problemas a resolver sin que surjan propuestas de solución lógicas, ni debidamente fundadas. La falta de un análisis preciso que contemple todas las variantes, y el espíritu conservador que se ha apropiado de la dirigencia política, nos enreda en una eterna discusión distributiva sin mirar, ni por un segundo, la posibilidad de cambiar los esquemas de generación y administración de las riquezas nacionales.

Sucede que, tanto en los discursos como en los hechos, han naturalizado como algo estanco e inamovible que la Argentina debe someterse eternamente a ser una factoría proveedora de materias primas a los países industrialmente más desarrollados. En otras palabras, se han resignado, y/o acomodado, a discutir diferentes formas de administración de una Argentina colonia, que solo debe dedicarse a aumentar sus exportaciones, en detrimento de su mercado interno y la calidad de vida de su población.

Para salir de ese laberinto neocolonial, en el que unos pocos se encuentran muy cómodos y la gran mayoría sufre, es indispensable analizar las dos grandes fuentes de recursos económicos nacionales. El comercio exterior, donde se centraliza la planificación de la producción y comercialización de bienes y servicios, y la Banca, donde se atesoran y orientan los recursos financieros.

Haciendo foco en la administración del ahorro argentino, la banca y las finanzas, para comenzar es importante reconocer que la generación, atesoramiento y distribución del dinero constituyen una herramienta poderosa que puede ser utilizada tanto para favorecer o detener la producción. Basta para ello, que conceda (o no) créditos a la industria, o que haga viable (o no) los pagos de intereses según la tasa que aplique. En consecuencia, un plan de producción está supeditado, en gran parte, a la banca. Si esta es manejada por intereses privados y/o extranjeros, la propia historia indica que cumplirán con su afán de lucro sin tener en cuenta una visión de desarrollo económico nacional.

Inevitablemente, para iniciar un proyecto de industrialización que recupere el trabajo para los argentinos, se precisan abundantes capitales de inversión. Esto no quiere decir que hay que ir en búsqueda de inversiones extranjeras, que luego concluyen en condicionamientos, pérdida de soberanía y una fuga de capitales exponencialmente mayor al ingreso inicial, sino que, por el contrario, significa rescatar los recursos económicos del pueblo argentino que, hoy, están parasitados en el mundo especulativo o en manos de la banca privada y transnacional.

En este sentido, y diametralmente opuesto a lo que el interés nacional indica, el sistema financiero argentino se encuentra dedicado exclusivamente a la especulación financiera. Para fundamentar esto, solo hace falta decir que la base monetaria (el total de billetes emitidos en manos del público más lo depositado en bancos) actualmente es de 4,2 billones de pesos, mientras que lo depositado en instrumentos financieros, “leliq, notaliqs y pases pasivos del BCRA”, suma 6,4 billones de pesos (el 150% de la base monetaria) cobrando una tasa de interés del 75% anual. Ese enorme volumen de dinero no tiene contacto alguno con la economía real y genera una emisión monetaria, por intereses, de 450,000 millones de pesos mensuales, 15,000 millones por día, mientras se denuncia que no hay plata y se generan recortes en educación, salud y vivienda para cumplir con las metas de ajuste fiscal que impone el FMI.

A la vista está, que mientras la economía nacional está en crisis, el mundo financiero, totalmente desligado de la economía real, sigue obteniendo abultadas ganancias. Pero también queda expuesto que, de tomar la decisión política de administrar esos recursos, contamos con los fondos suficientes para afrontar los problemas urgentes de la coyuntura y orientar el ahorro del pueblo argentino a un modelo de desarrollo productivo que genere puestos de trabajo genuinos.

Si hacemos foco en la reconversión del sistema productivo, esos fondos alcanzan para dar inicio a las inversiones de capital que requiere el proceso de industrialización. Por eso, una propuesta de nacionalización, y administración centralizada, de los depósitos bancarios no es en absoluto extemporánea, sino que, por el contrario, es totalmente lógica, justa, necesaria y urgente. Recuperar el rol del B.C.R.A. como Banco de promoción y desarrollo resulta imperativo para orientar el caudal de dinero, hoy destinado a la especulación financiera, al crédito a la inversión con fines productivos.

La plata está; lo que falla es la política que pondera la gobernabilidad, los acuerdos individuales y la renta sobre las necesidades del pueblo y el trabajo.

Entonces, haciendo pleno uso del potencial de la Patria Argentina y su Pueblo trabajador, ninguna crisis es tan grave, y ningún problema insuperable. Nuestra propia historia enseña que los mejores momentos económicos son consecuencia de grandes gestas políticas y, sin ellas, no seríamos lo que somos, ni existiríamos como país siquiera. Identificar y enfrentar los conflictos, sus causas y a sus responsables, son cuestiones fundamentales para resolver los problemas políticos y económicos nacionales.

Aunque la escondan, la inflación tiene una causa principal: la dolarización de facto de la economía

No hay ninguna duda en que uno de los principales problemas económicos de la Argentina es la incontrolable e incesante inflación y, aunque no se enfoca el tema desde esta perspectiva en los medios de comunicación y sus economistas voceros del poder, esta se encuentra directamente relacionada con la urgente necesidad de administrar el sistema financiero según el interés nacional.

La consigna es clara: para frenar la inflación, primero hay que pesificar la economía; construir una moneda soberana es la clave si, en verdad, se quiere ganar esa batalla.

En este sentido, son recurrentes las noticias sobre diferentes medidas aplicadas por el gobierno, a través del BCRA, para contener al dólar y su tipo de cambio, las operaciones en el mercado de futuros, la limitación a la compra para atesoramiento, el mantenimiento de altas tasas de interés en pesos, entre tantas otras. Asimismo, en lo que refiere a precios de bienes y servicios internos, se emiten permanentemente paquetes de regulaciones o acuerdos de precios que más temprano que tarde terminan fracasando por atacar las consecuencias y evitar enfrentar las causas.

Lo que resulta llamativo, es que ningún gobierno se ha propuesto hacer énfasis en atacar el origen de la inflación: La subordinación a la moneda extranjera.

El Che decía que “en los países dominados, el comercio exterior determina las políticas internas”. Lo mismo puede decirse de la política monetaria. Dicho en otras palabras, los países dependientes no tienen facultad sobre el precio de su dinero; en cambio lo define la conversión, o tipo de cambio, con la moneda dominante en su comercio exterior.

En nuestro caso, tanto las exportaciones realizadas por multinacionales acopiadoras de granos (Cofco, Dreyfus, Cargill, Bunge, ADM), como las importaciones de cámaras del sector, automotrices internacionales y cadenas de comercialización se realizan en dólares estadounidenses.

Como consecuencia de un comercio exterior liberado, todo producto del mercado interno resulta pasible de ser exportado por lo que tiene su precio directamente vinculado al tipo de cambio, y el resto lo hace de forma indirecta por su relación en la estructura de costos de producción y logísticos.

Por lo tanto, en nuestra economía, privada y totalmente transnacional, el dólar funciona como patrón o respaldo del Peso argentino. Así, la moneda local es solo un reflejo de la extranjera dominante, y su precio se define según la cantidad de dólares en reserva del BCRA. Línea rectora que se repite, con débiles variaciones, desde la liberación de la economía nacional y la desindustrialización de su aparato productivo.

Esta subordinación política anula la soberanía monetaria, la capacidad de emitir, ya que está condicionada por la cantidad de dólares que ingresan al país y tiene impacto directo en el precio de conversión peso/dólar, el cual influye en la variación de los precios internos.

Entonces, desde la destrucción de la industria nacional, iniciada en 1976, ratificada en la década del 90 y profundizada desde el 2015 hasta la actualidad, el precio de nuestra moneda estuvo directamente relacionado con la cantidad de dólares en reservas. Esta dependencia a una moneda que no manejamos, que no emitimos, tiene graves consecuencias económicas que se traducen en devaluaciones permanentes e inestabilidad en los precios internos.

La vinculación directa entre economías tan dispares, creada por un comercio exterior en manos extranjeras, produce devaluaciones constantes que, al trasladarse directa o indirectamente a un aumento de precios, lastima al pueblo argentino. Más devaluación, más inflación, es la demostración fáctica de la subordinación total al dólar.

Ejemplo claro de lo mencionado es que las casas se fabrican 100% en el país, pero ladrillos, cemento, arena, y todos los materiales de la construcción son susceptibles de compra/venta al exterior; por lo que, desde las empresas, imponen el precio dólar del comercio exterior para no perder rentabilidad y asegurar sus ganancias. Lo mismo se repite en cada uno de los sectores productivos del país, y se ve agravado por la enorme cantidad de insumos y bienes importados que existen y tienen su precio, directamente, en moneda extranjera.

Como si no fuera suficiente, y por todo lo expuesto, el Peso argentino no tiene la característica de ser resguardo de valor y, en consecuencia, no es una herramienta eficaz para su atesoramiento. Así, se expande el efecto negativo ya que la gran mayoría de los argentinos con capacidad de ahorro, desde el pequeño al más grande, decide dolarizarse. Esto es, ni más ni menos que, acumular en una moneda extranjera la generación de riqueza producto del trabajo local.

Finalmente, entre la demanda interna para atesoramiento, la demanda por el enorme caudal de importaciones y las cuotas de deudas (estafas) tomadas por gobiernos alineados al interés extranjero, la economía argentina se encuentra dentro de un permanente espiral de insuficiencia de divisas que, tarde o temprano, debilita a sus gobiernos, y, principalmente, a su aparato productivo y su pueblo trabajador. De esa manera, ingresamos en un ciclo permanente de inflación y devaluación a la par; característica propia de los países sometidos.

Entonces, no debemos, ni podemos, esperar recetas mágicas de tecnócratas para salir de esta situación. Se precisa dar pasos concretos con foco en la transformación de la matriz productiva nacional. Por eso, resulta urgente y necesario abordar los temas de fondo: recuperar la administración del comercio exterior para decidir que entra y sale del país, y disociar los precios de la economía interna con el mercado global. Proteger de manera inteligente el mercado interno, al mismo tiempo que se aplica un plan de industrialización por sustitución de importaciones, como paso obligado para la generación de trabajo genuino, disminuyendo así la principal demanda, y causa de la dependencia, de dólares que tiene el país.

La administración del comercio exterior y la banca no son temas antiguos, ni extemporáneos, sino pilares de una agenda patriótica que, de manera urgente, debe volver a presentarse como alternativa en la política nacional.  

 


Rodolfo Pablo Treber es secretario político de Social 21. Dirigente de Encuentro Patriótico. Analista económico. Trabajador del Banco Central de la República Argentina.

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